42,195 kilometros son palabras mayores dentro del mundillo del running, una cosa es correr un poco y otra muy distinta correr un maratón. Si eres nuevo en esto, como yo, no se parece en nada a cualquier distancia que uno haya hecho antes, y más aún teniendo en cuenta que el recorrido en Madrid es particularmente duro por las cuestas que hay a partir de la casa de campo.
Por todo ello, me dediqué a prepararlo durante los ultimos meses, aumentando los kilometros gradualmente. La verdad es que no se me hizo especialmente duro, y eso que pasé de los 70 kilometros semanales. El entrenamiento me había dado fuerza y resistencia, y sobre todo, confianza (demasiada).
Llegué a la carrera el día 22 con mucha confianza, seguro de bajar de 3 horas 50 minutos. Aunque los días anteriores tuve algun problemilla en el gemelo izquierdo, parecía que había desaparecido. Estaba nervioso, pero con muchas ganas de empezar. Nos dirijimos a la salida, los dos Pedros y yo nos pusimos juntos en el cajon verde, seguros de nuestras posibilidades.
Y por fín sonó el disparo de salida, nos pusimos a andar ya que había un poco de atasco debído al gran numero de participantes, y al poco ya conseguimos iniciar el trote a 5:40 mas o menos. Los primeros kilometros salieron bien, fuimos aumentando el ritmo progresivamente, y me encontraba genial. Pero a partir del kilometro 4 empecñe a notar molestias en el gemelo izquierdo, algo que me alarmo bastante. Aunque no dolía, lo notaba, y la preocupacion iba en aumento. Conseguí quitarme la molestia de la cabeza, y aumente el ritmo, ya iba por debajo de 5 mins/km.
La cosa había mejorado, me sentía muy bien y los animos los llevaba por las nubes. Cuando pasabamos por la Plaza de España volvió el dolor, esta vez más fuerte, pero lo aguanté hasta la Casa de Campo. Como la cosa iba a peor, me eché spray frío en el gemelo pero no sirvió de mucho. El dolor se iba extendiendo por la pierna, y la otra tambien empezaba a molestarme, debido a la correccion que iba haciendo de la postura para evitar el dolor. Y a partir de este punto, mas o menos en el kilometro 28, empezamos a subir cuestas sin parar. El dolor se me estaba extendiendo sin control por ambas piernas, así que tuve que bajar el ritmo y me fuí hasta los 5:30 mins/km. Al cabo de poco, en cuanto vi el punto de avituallamiento, no me quedó más remedio que andar.
Bueno, tampoco es tan malo andar, le pasa a mucha gente. Aunque lo diga ahora, en el momento fué un duro golpe para mi ego, así que comencé a correr en cuanto tuve oportunidad. Al final de la Casa de campo estaba Mariano, un compañero del club, dando ánimos. Sus palabras me dieron algunas fuerzas para mantener el ritmo, ya iba quedando menos. Cuando pasé por el parque de Atenas ya iba sin fuerzas, no me quedaba combustible, y las piernas me dolían como no lo habían hecho en la vida. Y a partir de aquí, fuí bajando el ritmo poco a poco, necesitaba de cada pizca de fuerza de voluntad que me quedaba para mover cada pierna. De vez en cuando andaba para descansar algo, aprovechando un avituallamiento para beber mientras caminaba, y me ponía de nuevo en marcha no se muy bien como.
Los dolores me invadian completamente, pero los animos de los espectadores y de la gente que iba corriendo conmigo aliviaban un poco ese dolor. Era como un viento fresco en un caluroso día de verano, un calmante. Cuando se estrechaba la calle notabas ese analgesico con las plamadas que daba la gente y las frases"vamos, que ya no te queda nada". No se muy bien si era el dolor, o mi orgullo dolido, o la rabia que sentía en lo mas profundo de mí por no correr como lo había planeado, pero cuanto más me animaban más me esforzaba por seguir, hasta el punto que las lagrimas cayeron por mis mejillas. No estoy seguro de que era lo que sentía, había muchas sensaciones: dolor, alegria por los animos, rabia, tristeza... Apreté los dientes y seguí corriendo, decidido a llegar a meta corriendo. Aunque mi ritmo se había ido a mas de 6 mins/km, y que no me quedaban fuerzas, lo hice. Llegue a meta corriendo, 42,195 kilometros, lo había conseguido. Es una experiencia fantastica, estaba muy feliz de haberlo hecho, orgulloso de mi mismo.
Sin apenas fuerzas para mantenerme en pie, me pusieron la medalla y me dieron un Powerade, y de nuevo comencé a llorar. Pero esta vez fué de alegría, una alegría inmensa... "¡El año que viene repito!", dije para mis adentros.